domingo, 8 de junio de 2014

ADOLFO ZABLEH, SUPLENTE DE CHISTOSO


           (RESPUESTA A "COLOMBIA ES AMOR" DE ADOLFO ZABLEH)

               Adolfito ejerciendo de vicechistoso

 
Ansioso afán de reconocimiento de Adolfo Zableh, quien no se decide entre dos oficios: periodista o payaso, y opta por una tercera alternativa: su grosera mezcla. 

"Nairo Quintana dijo que Colombia era amor y salimos a celebrárselo como si se hubiera ganado otro Giro". Así comienza el articulo de Adolfo Zableh Durán, que termina con una joya del mismo brillo de latón de su pluma: "Curioso entonces lo de Nairo Quintana, que cree en Colombia pese a la manoseada que le pegaron los candidatos a la presidencia, y encima dicta cátedra de cómo se debe andar en bicicleta. Ese señor tiene que ser un putas".
 

Catedra de lo que segun él es ser colombiano -mezquina catedra de acomplejado- nos pretende dar Fito  Zableh. Pretende además -y es moda- justificar sus peregrinos juicios repitiendo en tono fatídico obviedades sin contexto.

Olvida Adolfito que cuando Nairo dice "Colombia es amor" (algo que Adolf no quiso o no pudo captar), habla y piensa generosamente desde la emoción del triunfo; y piensa, no en los emergentes amigos de Adolfito, ni en los criminales de corbata del entorno de Fito, pues a esos nunca se los encontró mientras él labraba el campo de Cómbita. No piensa en los Adolfitos de astucia ladina que se aprovechan del esfuerzo de otros para conseguir lectores, valiéndose de la bondad y el esfuerzo de los Nairos). 

No, el tímido campeón piensa en Colombia desde lo que conoce: el recuerdo benévolo de su familia, la nostalgia de los rostros de sus vecinos y maestros. Gente buena y trabajadora que, al parecer, Fito nunca ha visto, al menos no abundan en el baño en que el articulista suele fotografiarse.


En su texto (retazo de decires sueltos que se escuchan en cualquier barra de bar, que el articulista ha pegado con babas) el desacierto compite con la idiotez. ¿Pensó que ganaría el Pulitzer con frases como: "Ahora para pasar una cuenta de cobro hay que presentar hasta examen de sangre"? o que ganaría el premio nacional de filosofía con: "Aquí sobrevaloramos a la familia y subvaloramos la amistad, por eso somos subdesarrollados".


Muchos tipeadores -demasiados para mi gusto-, a falta de tema o razonamientos pretenden hacerse un nombre tratando de brillar con el fulgor de la hojalata, disfrazándose de niño diferente. Adolfito, por ejemplo, funge sin sal y sin picante de L'enfant terrible, y fracasa, como suele fracasar la hojalata que se quiere vender de plata. 

Él, Adolfito, que trata de ganar audiencia tomándose fotos bebiendo de un orinal; él, Fito, que cada vez que consigue tomarse una foto -como ahora lo puede hacer cualquier parroquiano- con Milla o cualquier otro personaje, le chanta el brazo sobre el hombro (¿para que pensemos que son muy amigos, que Adolfito, el arribista, es muy importante?).



Y es este pesado arribista el que intenta escribir sobre Nairo y decir que los políticos lo han "manoseado". No lee, Fito, Adolfito no lee; por eso no se entera de Nairo es dignidad, normalidad sin oropel. Lo dice un periodista español, lejos de aquí. Recupero lo esencial: Nairo es indiferencia al show-business que no admitió el enfoque de la famosa Carta a Nairo (Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (que, agrego yo, Adolfito nunca tendrá, ni como suplente). Y Nairo, directamente, dice: “Quieren vender un amarillismo para llamar la atención y mostrar a un pobre… a un pobrecito”. Y lo rechaza porque él sí tiene dignidad y no acepta que lo señalen de pobrecito tocado por la varita del destino: “pobre-del-campo-que-acaba-triunfando-en-el-deporte“. Eso que vende en los medios, pero como decía el periodista español, implica la supuesta huída de una condición indigna; algo que Nairo no cree: su vida siempre ha sido digna, aun sin dinero. Por eso siempre dice: “mi tierra”, “mi gente”, porque sigue siendo orgullosamente del campo, orgulloso de su condición. Nairo, el que hizo un llamamiento al apoyo de los campesinos colombianos en sus protestas, el que no se ha plegado a los políticos (y les ha señalado sus engañosas promesas).

Dije que las tonterías de Adolfito eran porque no lee, pero debo excusarme: lo que sucede es que Fito no piensa. Si pensara se daría cuenta de lo evidente: que aunque cite a Rodallega, Falcao o Nairo y se tire una joya de apunte sobre Giraldo (¡qué gran ejercicio de estulticia, que manera de ahorrar neuronas!), el verdadero ejemplo de lo que está mal en el colombiano es él, Fito zableh: fatuo voceador de simplezas, heredero -sin fortuna- del harakiri nacional de Fernando Vallejo, y peor: columnista suplente que no se ha enterado aun de que, el puesto de payaso-columnista, ya está sobreocupado.

                                                  ***
para ver el artículo de Adolfito Zableh, ver: 
http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/colombia-es-amor/14087057

martes, 3 de junio de 2014

CON LOS OJOS BIEN ABIERTOS, NAIRO






Nairo, todos hemos jugado a ser bomberos, policías, viajeros en el tiempo o el espacio; todos, en suma, hemos jugado a ser héroes.

De niños (para ser en nuestra fantasía el justiciero, para vivir la aventura que se coronaba con el reconocimiento de un pueblo o con el amor), no se necesitaba mucho: una película o un antifaz hecho de una lanilla vieja; un palo de escoba para cabalgar o, simplemente, una bicicleta. A ti, Nairo Quintana, te toco soñar sobre una bicicleta. Soñar muy despierto, porque lo hacías entre monstruos de verdad, entre camiones y tractomulas, y en cada viaje de ida y regreso a tu escuela, en cada juego sobre la bici, te jugabas la vida.

Y aunque tu rostro parece haber sido forjado en piedra por la lluvia y el viento, y aunque tu apariencia de muchacho viejo nos haga pensar todos esos hijos del campo, juiciosos, tempranamente cargados de responsabilidades, lo cierto es que alguna vez fuiste un niño que soñó despierto y jugó a ser el héroe, a vencer con esfuerzo y sacrificio, y jugó a ser reconocido.

Muchas veces, bajo la lluvia, –el pesado morral cargado de cuadernos en tu espalda-, debiste romper la hiriente cortina del granizo para subir la cuesta de regresó al Moral, a casa, al tinto endulzado con aguapanela, al confortante abrazo de tu madre -junto al fogón, que hacía olvidar el frío y la ropa encharcada de lluvia y de neblina-. Y muchas veces la fuerza para acortar a pedalazos el camino te la dio el sueño de un triunfo futuro, en alguna lejana montaña cubierta de blanco y bajo el confeti de la nieve. Y el triunfo que soñabas era de abrazos sinceros, y era alegre, y era junto a tu familia, y eras querido por todos, porque era un triunfo valiente y porque la gente toda era buena.

Ahora, varios años después y después de una escapada de 50 kilómetros casi en solitario, bordeando precipicios entre el aguanieve –las manos incapaces de frenar, congeladas-, ahora, en lucha contra tus rivales, contra el frio infame y el suelo resbaloso; ahora cuando has tenido que resistir contra los perdigones de la lluvia y el granizo, ahora por fin has ganado entre la nieve, como en tus sueños. Y también has perdido, perdido la inocencia de creer que todos son buenos y honestos en este país.

Antes de llegar a la cima tus piernas pesaban toneladas y el aire te arañaba garganta y pulmones; antes de cruzar te castigaban los rastros dolorosos de las amoratadas heridas y los ahogos de la infección bronquial (las secuelas de las caídas ya habían cedido, la enfermedad pulmonar no, y en lugar de alejarse se aposentó dolorosamente en tu oído). Pero nada de eso te dolió más que el saber que, por un error de la organización, tu triunfo fue puesto en entredicho.

Que si hubo banderas rojas o no, que si hubo tuits o no, que si se te quita tiempo o no; esas fueron las discusiones. Y sí hubo banderas rojas, que por cierto no significan neutralización –nunca lo han significado- pues solamente advierten que transitan una zona de peligro; y sí hubo un twitt, pero no de los comisarios, que son los únicos que pueden detener la carrera, Y sí, eso lo debe saber hasta el más novato director técnico o ciclista; y sí, tus rivales te debían quitar tiempo, Nairo, pero no en el escritorio, te lo debían quitar en la carretera y sobre la bicicleta. No fue así, aunque eran muchos más, aunque tenían a sus gregarios, aunque te arriesgaste a la locura de atacar desde lejos y sin contar en la subida con el apoyo de tus compañeros de fuga (Rolland y compañía se pegaron como pesados parásitos a tu rueda), aun así, con todas esas desventajas, tú, joven con cuerpo de niño, hombre con sueños de niño, los derrotaste con valor, fuerza y decisión.

Nairo, en las siguientes etapas volviste a demostrar que eras el mejor, pero desde ese día, luego de tu épica etapa en Valmartello, descubriste lo que había aprendido Cochise hace tantos años, cuando por una denuncia injustificada y miserable perdió la oportunidad del primer oro olímpico para Colombia. Aprendiste, Nairo, que no hay peor enemigo que el paisano, el hombre enfermo de este país enfermo de odios. En las redes sociales, en los noticieros y hasta en la narración de ESPN, fueron tus propios compatriotas los que más te atacaron y trataron de deshonesto, incluso cuando ya los demás ciclistas, periodistas y aficionados del mundo reconocían, rendidos, la grandeza de tu triunfo. Es cierto, no todos tus paisanos llenaron los foros de su biliosa queja y sus calificativos desdeñosos o acusadores. Es cierto, fueron más bien pocos; pero lo triste y peligroso es que desde siempre unos pocos malos perversos hacen más ruido y más daño que muchos buenos sin decisión, y esto, Nairo, apréndelo para siempre, es justo como sucede en la política.

Es cierto que ya sabías de algunas trampas: las de tantas promesas incumplidas; las del político que luego de tu triunfo en el tour de L´avenir se dio publicidad anunciando en televisión que te daría 4 gallinas para un sancocho y jamás volvió; las del gobernador y el comandante de policía que te prometieron crear un equipo para ayudar a los jóvenes ciclistas, y luego te traicionaron; y tu propio hermano Dayer terminó patrullando calles y estuvo a punto de ver sus sueños truncados, porque para el ciclismo un año sin entrenar es casi el fin de una carrera. Sí, es cierto que ya sabias de esas mentiras y adulaciones, pero debes saber que no serán las únicas.

Ahora, muchacho, cuando has logrado tu sueño de niño y te han puesto una camiseta rosa sobre tu morena piel de héroe, ahora comenzarás a descubrir que entre la gente buena siempre medran los enemigos gratuitos, los tramposos y los aprovechados –como el ex presidente que dice en un twitt que tus triunfos se los debes a él-. Ahora, justo ahora, Nairo, tendrás que seguir soñando con los ojos bien abiertos, para que las tractomulas de la envidia y los intereses no te atropellen. Ahora, Nairo, deberás cuidarte de ese gigante que es el pueblo: es voluble y caprichoso. Hoy te reconoce y te agradece, luego te pedirá, te demandará más triunfos y más riesgos -como hicieron con Lucho o pambelé- y, cuando ya cansado un día no vuelvas a ganar, te lincharan con sus palabras, intentarán romperte, no la camiseta, sino tu piel de héroe. Así ha sucedido tantas veces, Nairo, que sólo quiero advertirte.
Nairo, hoy tu sueño se ha cumplido, pero al hacerlo, tu sueño también se ha acabado, y comienza la realidad. Debes seguir siendo fuerte, muy fuerte, y crear nuevos sueños, pero otra vez con los ojos abiertos, bien abiertos.