martes, 3 de junio de 2014

CON LOS OJOS BIEN ABIERTOS, NAIRO






Nairo, todos hemos jugado a ser bomberos, policías, viajeros en el tiempo o el espacio; todos, en suma, hemos jugado a ser héroes.

De niños (para ser en nuestra fantasía el justiciero, para vivir la aventura que se coronaba con el reconocimiento de un pueblo o con el amor), no se necesitaba mucho: una película o un antifaz hecho de una lanilla vieja; un palo de escoba para cabalgar o, simplemente, una bicicleta. A ti, Nairo Quintana, te toco soñar sobre una bicicleta. Soñar muy despierto, porque lo hacías entre monstruos de verdad, entre camiones y tractomulas, y en cada viaje de ida y regreso a tu escuela, en cada juego sobre la bici, te jugabas la vida.

Y aunque tu rostro parece haber sido forjado en piedra por la lluvia y el viento, y aunque tu apariencia de muchacho viejo nos haga pensar todos esos hijos del campo, juiciosos, tempranamente cargados de responsabilidades, lo cierto es que alguna vez fuiste un niño que soñó despierto y jugó a ser el héroe, a vencer con esfuerzo y sacrificio, y jugó a ser reconocido.

Muchas veces, bajo la lluvia, –el pesado morral cargado de cuadernos en tu espalda-, debiste romper la hiriente cortina del granizo para subir la cuesta de regresó al Moral, a casa, al tinto endulzado con aguapanela, al confortante abrazo de tu madre -junto al fogón, que hacía olvidar el frío y la ropa encharcada de lluvia y de neblina-. Y muchas veces la fuerza para acortar a pedalazos el camino te la dio el sueño de un triunfo futuro, en alguna lejana montaña cubierta de blanco y bajo el confeti de la nieve. Y el triunfo que soñabas era de abrazos sinceros, y era alegre, y era junto a tu familia, y eras querido por todos, porque era un triunfo valiente y porque la gente toda era buena.

Ahora, varios años después y después de una escapada de 50 kilómetros casi en solitario, bordeando precipicios entre el aguanieve –las manos incapaces de frenar, congeladas-, ahora, en lucha contra tus rivales, contra el frio infame y el suelo resbaloso; ahora cuando has tenido que resistir contra los perdigones de la lluvia y el granizo, ahora por fin has ganado entre la nieve, como en tus sueños. Y también has perdido, perdido la inocencia de creer que todos son buenos y honestos en este país.

Antes de llegar a la cima tus piernas pesaban toneladas y el aire te arañaba garganta y pulmones; antes de cruzar te castigaban los rastros dolorosos de las amoratadas heridas y los ahogos de la infección bronquial (las secuelas de las caídas ya habían cedido, la enfermedad pulmonar no, y en lugar de alejarse se aposentó dolorosamente en tu oído). Pero nada de eso te dolió más que el saber que, por un error de la organización, tu triunfo fue puesto en entredicho.

Que si hubo banderas rojas o no, que si hubo tuits o no, que si se te quita tiempo o no; esas fueron las discusiones. Y sí hubo banderas rojas, que por cierto no significan neutralización –nunca lo han significado- pues solamente advierten que transitan una zona de peligro; y sí hubo un twitt, pero no de los comisarios, que son los únicos que pueden detener la carrera, Y sí, eso lo debe saber hasta el más novato director técnico o ciclista; y sí, tus rivales te debían quitar tiempo, Nairo, pero no en el escritorio, te lo debían quitar en la carretera y sobre la bicicleta. No fue así, aunque eran muchos más, aunque tenían a sus gregarios, aunque te arriesgaste a la locura de atacar desde lejos y sin contar en la subida con el apoyo de tus compañeros de fuga (Rolland y compañía se pegaron como pesados parásitos a tu rueda), aun así, con todas esas desventajas, tú, joven con cuerpo de niño, hombre con sueños de niño, los derrotaste con valor, fuerza y decisión.

Nairo, en las siguientes etapas volviste a demostrar que eras el mejor, pero desde ese día, luego de tu épica etapa en Valmartello, descubriste lo que había aprendido Cochise hace tantos años, cuando por una denuncia injustificada y miserable perdió la oportunidad del primer oro olímpico para Colombia. Aprendiste, Nairo, que no hay peor enemigo que el paisano, el hombre enfermo de este país enfermo de odios. En las redes sociales, en los noticieros y hasta en la narración de ESPN, fueron tus propios compatriotas los que más te atacaron y trataron de deshonesto, incluso cuando ya los demás ciclistas, periodistas y aficionados del mundo reconocían, rendidos, la grandeza de tu triunfo. Es cierto, no todos tus paisanos llenaron los foros de su biliosa queja y sus calificativos desdeñosos o acusadores. Es cierto, fueron más bien pocos; pero lo triste y peligroso es que desde siempre unos pocos malos perversos hacen más ruido y más daño que muchos buenos sin decisión, y esto, Nairo, apréndelo para siempre, es justo como sucede en la política.

Es cierto que ya sabías de algunas trampas: las de tantas promesas incumplidas; las del político que luego de tu triunfo en el tour de L´avenir se dio publicidad anunciando en televisión que te daría 4 gallinas para un sancocho y jamás volvió; las del gobernador y el comandante de policía que te prometieron crear un equipo para ayudar a los jóvenes ciclistas, y luego te traicionaron; y tu propio hermano Dayer terminó patrullando calles y estuvo a punto de ver sus sueños truncados, porque para el ciclismo un año sin entrenar es casi el fin de una carrera. Sí, es cierto que ya sabias de esas mentiras y adulaciones, pero debes saber que no serán las únicas.

Ahora, muchacho, cuando has logrado tu sueño de niño y te han puesto una camiseta rosa sobre tu morena piel de héroe, ahora comenzarás a descubrir que entre la gente buena siempre medran los enemigos gratuitos, los tramposos y los aprovechados –como el ex presidente que dice en un twitt que tus triunfos se los debes a él-. Ahora, justo ahora, Nairo, tendrás que seguir soñando con los ojos bien abiertos, para que las tractomulas de la envidia y los intereses no te atropellen. Ahora, Nairo, deberás cuidarte de ese gigante que es el pueblo: es voluble y caprichoso. Hoy te reconoce y te agradece, luego te pedirá, te demandará más triunfos y más riesgos -como hicieron con Lucho o pambelé- y, cuando ya cansado un día no vuelvas a ganar, te lincharan con sus palabras, intentarán romperte, no la camiseta, sino tu piel de héroe. Así ha sucedido tantas veces, Nairo, que sólo quiero advertirte.
Nairo, hoy tu sueño se ha cumplido, pero al hacerlo, tu sueño también se ha acabado, y comienza la realidad. Debes seguir siendo fuerte, muy fuerte, y crear nuevos sueños, pero otra vez con los ojos abiertos, bien abiertos.

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