Nairo, todos hemos jugado a ser
bomberos, policías, viajeros en el tiempo o el espacio; todos, en suma, hemos
jugado a ser héroes.
De niños (para ser en nuestra
fantasía el justiciero, para vivir la aventura que se coronaba con el
reconocimiento de un pueblo o con el amor), no se necesitaba mucho: una
película o un antifaz hecho de una lanilla vieja; un palo de escoba para
cabalgar o, simplemente, una bicicleta. A ti, Nairo Quintana, te toco soñar
sobre una bicicleta. Soñar muy despierto, porque lo hacías entre monstruos de
verdad, entre camiones y tractomulas, y en cada viaje de ida y regreso a tu
escuela, en cada juego sobre la bici, te jugabas la vida.
Y aunque tu rostro parece haber
sido forjado en piedra por la lluvia y el viento, y aunque tu apariencia de
muchacho viejo nos haga pensar todos esos hijos del campo, juiciosos,
tempranamente cargados de responsabilidades, lo cierto es que alguna vez fuiste
un niño que soñó despierto y jugó a ser el héroe, a vencer con esfuerzo y
sacrificio, y jugó a ser reconocido.
Muchas veces, bajo la lluvia, –el
pesado morral cargado de cuadernos en tu espalda-, debiste romper la hiriente
cortina del granizo para subir la cuesta de regresó al Moral, a casa, al tinto
endulzado con aguapanela, al confortante abrazo de tu madre -junto al fogón,
que hacía olvidar el frío y la ropa encharcada de lluvia y de neblina-. Y
muchas veces la fuerza para acortar a pedalazos el camino te la dio el sueño de
un triunfo futuro, en alguna lejana montaña cubierta de blanco y bajo el
confeti de la nieve. Y el triunfo que soñabas era de abrazos sinceros, y era
alegre, y era junto a tu familia, y eras querido por todos, porque era un
triunfo valiente y porque la gente toda era buena.
Ahora, varios años después y
después de una escapada de 50 kilómetros casi en solitario, bordeando
precipicios entre el aguanieve –las manos incapaces de frenar, congeladas-,
ahora, en lucha contra tus rivales, contra el frio infame y el suelo resbaloso;
ahora cuando has tenido que resistir contra los perdigones de la lluvia y el
granizo, ahora por fin has ganado entre la nieve, como en tus sueños. Y también
has perdido, perdido la inocencia de creer que todos son buenos y honestos en
este país.
Antes de llegar a la cima tus
piernas pesaban toneladas y el aire te arañaba garganta y pulmones; antes de
cruzar te castigaban los rastros dolorosos de las amoratadas heridas y los
ahogos de la infección bronquial (las secuelas de las caídas ya habían cedido,
la enfermedad pulmonar no, y en lugar de alejarse se aposentó dolorosamente en
tu oído). Pero nada de eso te dolió más que el saber que, por un error de la
organización, tu triunfo fue puesto en entredicho.
Que si hubo banderas rojas o no,
que si hubo tuits o no, que si se te quita tiempo o no; esas fueron las
discusiones. Y sí hubo banderas rojas, que por cierto no significan
neutralización –nunca lo han significado- pues solamente advierten que
transitan una zona de peligro; y sí hubo un twitt, pero no de los comisarios,
que son los únicos que pueden detener la carrera, Y sí, eso lo debe saber hasta
el más novato director técnico o ciclista; y sí, tus rivales te debían quitar
tiempo, Nairo, pero no en el escritorio, te lo debían quitar en la carretera y
sobre la bicicleta. No fue así, aunque eran muchos más, aunque tenían a sus
gregarios, aunque te arriesgaste a la locura de atacar desde lejos y sin contar
en la subida con el apoyo de tus compañeros de fuga (Rolland y compañía se
pegaron como pesados parásitos a tu rueda), aun así, con todas esas desventajas,
tú, joven con cuerpo de niño, hombre con sueños de niño, los derrotaste con
valor, fuerza y decisión.
Nairo, en las siguientes etapas
volviste a demostrar que eras el mejor, pero desde ese día, luego de tu épica
etapa en Valmartello, descubriste lo que había aprendido Cochise hace tantos
años, cuando por una denuncia injustificada y miserable perdió la oportunidad
del primer oro olímpico para Colombia. Aprendiste, Nairo, que no hay peor
enemigo que el paisano, el hombre enfermo de este país enfermo de odios. En las
redes sociales, en los noticieros y hasta en la narración de ESPN, fueron tus
propios compatriotas los que más te atacaron y trataron de deshonesto, incluso
cuando ya los demás ciclistas, periodistas y aficionados del mundo reconocían,
rendidos, la grandeza de tu triunfo. Es cierto, no todos tus paisanos llenaron
los foros de su biliosa queja y sus calificativos desdeñosos o acusadores. Es
cierto, fueron más bien pocos; pero lo triste y peligroso es que desde siempre
unos pocos malos perversos hacen más ruido y más daño que muchos buenos sin
decisión, y esto, Nairo, apréndelo para siempre, es justo como sucede en la
política.
Es cierto que ya sabías de algunas
trampas: las de tantas promesas incumplidas; las del político que luego de tu
triunfo en el tour de L´avenir se dio publicidad anunciando en televisión que
te daría 4 gallinas para un sancocho y jamás volvió; las del gobernador y el
comandante de policía que te prometieron crear un equipo para ayudar a los
jóvenes ciclistas, y luego te traicionaron; y tu propio hermano Dayer terminó
patrullando calles y estuvo a punto de ver sus sueños truncados, porque para el
ciclismo un año sin entrenar es casi el fin de una carrera. Sí, es cierto que
ya sabias de esas mentiras y adulaciones, pero debes saber que no serán las
únicas.
Ahora, muchacho, cuando has logrado
tu sueño de niño y te han puesto una camiseta rosa sobre tu morena piel de
héroe, ahora comenzarás a descubrir que entre la gente buena siempre medran los
enemigos gratuitos, los tramposos y los aprovechados –como el ex presidente que
dice en un twitt que tus triunfos se los debes a él-. Ahora, justo ahora,
Nairo, tendrás que seguir soñando con los ojos bien abiertos, para que las
tractomulas de la envidia y los intereses no te atropellen. Ahora, Nairo,
deberás cuidarte de ese gigante que es el pueblo: es voluble y caprichoso. Hoy
te reconoce y te agradece, luego te pedirá, te demandará más triunfos y más
riesgos -como hicieron con Lucho o pambelé- y, cuando ya cansado un día no
vuelvas a ganar, te lincharan con sus palabras, intentarán romperte, no la
camiseta, sino tu piel de héroe. Así ha sucedido tantas veces, Nairo, que sólo
quiero advertirte.
Nairo, hoy tu sueño se ha cumplido,
pero al hacerlo, tu sueño también se ha acabado, y comienza la realidad. Debes
seguir siendo fuerte, muy fuerte, y crear nuevos sueños, pero otra vez con los
ojos abiertos, bien abiertos.
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